Muralla. En la bodega Bideona, en Villabuena de Álava, en La Rioja Alavesa, el sol frío de finales de noviembre rompe las previsiones de una mañana bajo cero, con un nítido contraste entre el llano de oro viejo, con las cepas desmochadas, y la sierra Cantabria coronada por nubes como una muralla gris. «Es el föhn», dice alguien. El Efecto Föhn, esa masa húmeda, sería un buen título para una novela de soledades, brumas y asesinatos.
Barro. Los de Bideona, que significa ‘el buen camino’, una alianza de la familia Izaguirre, elaboradores de txakoli, y Península Vinicultores, son los últimos en llegar a La Rioja y lo hacen con tanta prudencia como ímpetu, sabedores de que no es lo mismo meter la bota en el barro que en el charco. Desde una terraza recién estrenada, pues acabaron las obras justo para la vendimia del 2021, y con vistas al föhn, ese límite gaseoso, Tao Platón, el director técnico, con un nombre tan estupendo que parece un seudónimo, señala la parcela del viticultor Joseba Ibáñez, una de las 350 integradas en el proyecto y que se encuentran diseminadas por ocho localidades.
Oráculo. Si el mapa se escruta desde el aire, da una visión desordenada: son las piezas esparcidas de un puzle. Encontrarlas fue tarea de perdiguero o de paciente optimista ante un rompecabezas gigantesco. Tao, que parece un oráculo porque habla poco, pero dice mucho, entrevistó a «muchos abuelos» para que lo orientaran, varas de zahorís que vibraban con el vino más que con el agua.
Encaje. Andreas Kubach, el director general y Master of Wine, que agrupa a la realeza internacional del sector, profiere: «Lo importante no es la propiedad, sino la viticultura». En parte son dueños de tierras, en parte compran a los viticultores con acuerdos que, a veces, son por escrito y otras, bajo la más estricta de las leyes: el encaje de manos. Rompe ese lazo leñoso y atente a las consecuencias.
Origen. Andreas, de origen alemán pero valenciano a los 15 años por decisión familiar y madrileño después por voluntad, habla de «vinos de origen», como alternativa viable respecto a los «vinos de estilo o vinos de autor». Quiere que los egos se ahoguen en la copa, que el protagonista no sea el bodeguero, sino la tierra, el lugar: «Hacer la botella en el campo. Altitud, diversidad de pueblos y parcelas, los suelos calizos, la edad de la viña, que, en nuestro caso, tiene una media de 53 años. Pueden dar vinos de talla mundial».
Mineral. Pienso en la copa como en una de esas bolas que encierran un paisaje y que, al darles la vuelta, cae la nieve. Más tarde, con los tempranillos L4GD4 (¡tocado!, ¡hundido!), de Laguardia; V1BN4, de Villabuena; y L3Z4, de Leza, los tres de 2018, buscaré el mineral, buscaré el frío, buscaré el calor, buscaré la elegancia de la desnudez, buscaré el Ebro a lo lejos, en un meandro que parece de acero. Buscaré a las personas.
Gigante. Nos desplazamos a una parcela frente a Samaniego, con la iglesia de color siena al fondo y unas cepas, gruesas, que se alzan del suelo como manos de gigantes enterrados. Pertenece a Porfirio, Popi, y se llama San Roque, por la cercana ermita en ruinas. Tao cuenta lo que Popi le contó: «’Esta viña la planté con mi padre en el 84. No es una viña vieja’. ¡En otros sitios sería considerada una viña vieja! Ojalá yo tuviera una unión tan fuerte con la tierra, con una viña plantada con mi padre».
Megalítico. La parcela de Joseba Ibáñez, con el que comencé la historia, está cerca del dolmen El Montecillo. Allí, Joseba ha levantado un museo al aire libre con piedras que él mismo talla siguiendo ese rito megalítico. Es un cementerio. Ibaola Harriak, un cementerio ateo, sin cuerpos, solo ceniza. La superficie, abonada por los hombres y las mujeres. No es circunstancial que donde la muerte es bien acogida brote la vida, y la belleza.